lunes, 4 de marzo de 2013
El asunto de la maleta rosa
Hace mucho frío en Nueva York. Es una de esas tardes de enero, gélida y brillante donde barrunta desde el mar de Boston y el aire golpea con un frío espeluznante.
En el gran salón de una casa particular, un tal señor Clochard prepara una muda y un neceser de mano que después coloca, meticulosamente, en una maleta de color rosa. (Debe estar en París en día y medio: Asuntos de Estado). Tras haber colocado la muda y el neceser, dobla unos documentos que introduce, cuidadosamente, en el doble fondo que tiene dicha maleta. La deposita luego sobre un rincón del salón, al lado de un piano, y se va a dormir.
Puede parecer extraño una maleta de color rosa. Más que extraño, insólito. Sobre todo para viajar por ahí, donde todo el mundo mira y compara. (Estos americanos de origen irlandés son algo estrafalarios… Lo ha decidido así porque piensa que cuanto más llamativa es una cosa, más pasa desapercibida). (Quiero decir también que el señor Clochard trabaja para el servicio de espionaje canadiense -no americano-, aunque viva y sea neoyorkino).
Al día siguiente y para no levantar sospechas de última hora, el señor Clochard coge un avión Nueva York / Washington D.F -que llega a su hora- y que enlaza con otro avión que vuela hacia París. (Hasta aquí, todo bien). Clochard llega sobre las seis de la mañana, hora europea, al aeropuerto Charles de Gaulle. Coge una naveta que le lleva directo al satélite principal y desde allí un tren de cercanías (RER), destino París. Desciende, a la media hora, en metro Chatelet, justo debajo de Notre Dame. (Son las ocho de la mañana).
Ya en el exterior y en pleno centro parisino, siempre empuñando la maleta rosa, entra en una panadería para comprar un pain au chocolat reciente o mañanero que se va comiendo calle arriba, hacia el meeting point (punto de encuentro), en el Bd. Saint Michel. Deambula ahora por ese bulevar, varios cientos de metros más abajo del punto de reunión. Avanza despacio, poquito a poco; haciendo pausas o poniéndose en marcha de nuevo, para pararse otra vez, como si tuviera que sopesar y medir la acera antes de ocupar otro lugar de la misma. No tiene ninguna prisa.
Llega por fin al café o bistrot donde tiene esa cita con una tal Madame H y que aparece diez minutos más tarde con otra maleta en la mano. No se dirigen la palabra -tal como está pactado- pero se sientan relativamente juntos y se intercambian sus respectivas maletas: Idénticas por cierto. Nadie de alrededor se percata del chance, además el bistrot se encuentra casi vacío a esa hora de la mañana… (La primera parte del plan ha concluido).
*
Camina ahora algo más presto el señor Clochard por la orilla del Sena. Tiene al mediodía otra cita, esta vez con Pierre, un quiosquero del arrondissement. 7, al lado de la Torre Eiffel. (No he dicho que es ahora, en esa maleta rosa entregada por la señora H, donde van los documentos para la gran trama). La señora H se ha quedado a su vez con otros documentos: Directrices del gobierno canadiense. Una especie de autorización para llevar a cabo el siguiente plan:
El tal Pierre debe entrar en uno de los despachos del instituto Pasteur de París y coincidiendo con el reparto de periódicos que hace allí todas las semanas, colocar un artefacto en el despacho del físico y matemático Monsieur Pascal, que debe ser fulminado en el plazo de tres días. (Este señor Pascal sabe demasiado sobre los proyectos nucleares de la India: Ha sido profesor en Calcuta y está a punto de partir hacia allí).
La maleta rosa que ahora tiene en su poder el señor Clochard, además de una buena cantidad de dinero, contiene el artefacto, el manual de ese artefacto y el sitio exacto de su colocación. (La bomba ha sido fabricada en Francia, pero pertenece al departamento de defensa canadiense). Y este tal señor Pierre conoce el plan pero no su ejecución ni el sitio exacto.
Clochard llega al quiosco, compra un periódico y disimuladamente entrega la maleta al señor Pierre que lleva una gorrita puesta.
Así se hacen las cosas según lo previsto, al día siguiente: Pierre llega de mañana al instituto Pasteur y coloca la bomba en el despacho, aprovechando el reparto de periódicos. Pero la bomba no estalla, falla su mecanismo de activación y el plan fracasa. Pierre es detenido en su quiosco esa misma tarde, mientras el señor Clochard se entera, por una radio, del intento de asesinato del profesor Pascal, horas antes de volar hacia Toronto. (El fallido plan hace cambiar el desplazamiento de varias personas).
*
Terminus: Llega Clochard a la Gare du Nord, se come un par de empanadillas y espera el tren que le conduce, esta vez, al aeropuerto de Orly. Ya en el avión, recostado en el asiento, piensa en su viaje relámpago. Una vez más, en plena Gare du Nord, ha mirado aquellas buhardillas pequeñas y eróticas de París. (Ese idilio contado que observa por los ojos, a la altura de la frente, vestido con una gabardina color cobre que luce cada vez que visita esta ciudad).
Esta vez no ha tenido tiempo real para una cosa que le encanta: Tocar el acordeón.
viernes, 1 de febrero de 2013
Mis normas estéticas
miércoles, 30 de enero de 2013
Costumbres de Asia
Loa a los cabreros
Los cabreros de la zona se reúnen en asamblea los miércoles. Unos llegan en furgoneta, otros en bicicleta y otros a pie. Deben subir una empinadísima cuesta embarrada casi siempre -todo hay que decirlo- hasta el lugar de encuentro: Un lugar apartado donde el agua de los arroyos de las lomas de dos montañas paralelas -llenas de sabina, jara y retama- vierten su agua clara sobre todo el paraje. Van vestidos con pantalones vaqueros o de pana, y calzado de botas altas salpicadas del barro de aquel camino en cuesta (siempre embarrado hasta bien entrado el mes de mayo).
Pertenece aquel recinto al cabrero Visnu. Cubierto todo con techumbre de uralita y paredes de ladrillo sin revocar, aquel sitio huele mayoritariamente a cabra, porque Visnu las recoge allí todas las noches. Pero los miércoles es un día excepcional, las deja afuera mientras celebraban la reunión.
El pueblo donde se reúnen se llamaba Sagar, y es famoso por sus rebaños de cabras, sus pieles y su cooperativa lechera. Se juntan más de treinta llegados de los pueblos de alrededor de esa parte de la meseta. Sentados sobre taburetes o piedras altas, parlotean en voz alta y a la vez, de los acontecimientos. Después de parlamentar así, sacan un buen aperitivo: Vino de cosecha. Algunas veces vino dulce o moscatel con pastitas.
Mientras, perros guardianes, mastines casi todos, aguardan fuera el toque de queda: El final de la asamblea que sobre las diez de la noche llega a su fin. Vuelven a casa entonces, unos a pie, otros en furgoneta y otros -si no llueve aquel día- en bicicleta. Cuando Visnu se queda solo, conduce adentro las cabras y las encierra en aquel chamizo hecho de tejado de uralita y ladrillo sin revocar, hasta la mañana siguiente en que las vuelve a sacar temprano. Al siguiente miércoles las vuelve a dejar afuera: (Así cuatro veces por mes, cuarenta y pico veces al año, más o menos, celebran una asamblea los cabreros de aquella parte de la meseta hindú.)
Los cabreros de la zona se reúnen en asamblea los miércoles. Unos llegan en furgoneta, otros en bicicleta y otros a pie. Deben subir una empinadísima cuesta embarrada casi siempre -todo hay que decirlo- hasta el lugar de encuentro: Un lugar apartado donde el agua de los arroyos de las lomas de dos montañas paralelas -llenas de sabina, jara y retama- vierten su agua clara sobre todo el paraje. Van vestidos con pantalones vaqueros o de pana, y calzado de botas altas salpicadas del barro de aquel camino en cuesta (siempre embarrado hasta bien entrado el mes de mayo).
Pertenece aquel recinto al cabrero Visnu. Cubierto todo con techumbre de uralita y paredes de ladrillo sin revocar, aquel sitio huele mayoritariamente a cabra, porque Visnu las recoge allí todas las noches. Pero los miércoles es un día excepcional, las deja afuera mientras celebraban la reunión.
El pueblo donde se reúnen se llamaba Sagar, y es famoso por sus rebaños de cabras, sus pieles y su cooperativa lechera. Se juntan más de treinta llegados de los pueblos de alrededor de esa parte de la meseta. Sentados sobre taburetes o piedras altas, parlotean en voz alta y a la vez, de los acontecimientos. Después de parlamentar así, sacan un buen aperitivo: Vino de cosecha. Algunas veces vino dulce o moscatel con pastitas.
Mientras, perros guardianes, mastines casi todos, aguardan fuera el toque de queda: El final de la asamblea que sobre las diez de la noche llega a su fin. Vuelven a casa entonces, unos a pie, otros en furgoneta y otros -si no llueve aquel día- en bicicleta. Cuando Visnu se queda solo, conduce adentro las cabras y las encierra en aquel chamizo hecho de tejado de uralita y ladrillo sin revocar, hasta la mañana siguiente en que las vuelve a sacar temprano. Al siguiente miércoles las vuelve a dejar afuera: (Así cuatro veces por mes, cuarenta y pico veces al año, más o menos, celebran una asamblea los cabreros de aquella parte de la meseta hindú.)
Etiquetas:
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