sábado, 13 de febrero de 2010

Visión de la India / Imágenes de Oriente

(La hora de los prodigios o subidas y bajadas del agua)

Es un momento único: Nadie pasa por la calle, porque se cree perseguido. Es un momento único: El cielo tiene un tono azul oscuro, entre el que sobrevuela -chillando- un pájaro madrugador. Es un momento único: El silencio es santo y el aire corta -aunque es verano- como un cuchillo expectante, hoja de la plata más afilada. Es un momento único: El pastor prepara los útiles para salir a navegar por la llanura y recorrer los kilómetros que hacen falta para llegar a la falda verde de la umbrosa montaña. Despunta el amanecer. Es un momento único: El horizonte comienza a emerger su color rosa turquesa, que luego se abre en un tejido de azul completo y luminoso, como un extenso mar parado… Es un momento único: Es el amanecer, la hora de los prodigios.
Zacarías tiene que prepararse. Es necesario salir ahora porque el sol irá calentando, paulatinamente, la temperatura aún tibia y entonces el camino se hace pesado. Bajará desde el cerro, cruzará por el puente el río y subirá hacia el barrio alto para enfilar después la cañada que llega a la falda de la sierra: Desde allí preparará la subida a la gran montaña donde permanecerá cerca de dos meses, con sus ovejas. Es un viaje definitivo.

*
Aparece el sol por el oriente. Va cubriendo detalles del pueblo: Aceras, fachadas, placitas, banco y gallos negros de veletas de torres… Se levanta el sol y Zacarías comienza a descender, algo dormido, hacia el pueblo.
¿Todas las mañanas son iguales? Esta no. Al pasar sobre el puente, Zacarías observa el agua del río, cómo se arremolina en forma de cascada, subiendo desde la superficie hacia lo alto para convertirse, al instante, en una nube de vapor: Desaparecer por encima de las cosas y los seres y esparcirse en pedazos de otras nubecitas: Unas casi trasparentes y otras matizadas... Zacarías ignora el fenómeno. La corriente del río no baja con tanta fuerza como para producir efectos tan contundentes de evaporación. Además, el sol está bajo aún y no hace calor… (Leonardo da Vinci cuenta en su Cuaderno de notas, que debido al calor, el agua se evapora y sube en forma de nube condensada hacia el cielo para después volver a caer en forma de lluvia). ¿Quizás, es eso...? ¿Es posible que el agua -por sí sola- tenga fuerza para producir una nube de vapor que se deshaga luego en trocitos pequeños -como de papel-; o como flores de loto de un Buda iluminado?... (Mientras piensa esto, sus dos perros se han puesto a ladrar, furiosamente.)

*
Ha acabado de salir el sol por el Oriente y el pueblo está engalanado con una tímida y amarillenta luz. Zacarías observa esa extensión de cielo desde la barandilla del puente, apoyado, ágilmente, sobre su cayado de fresno. Continúa el camino…
Nada más volver a retomarlo, ¡oh!, hora de los prodigios: Un haz de luz ha iluminado un árbol que al instante desaparece disuelto en una nube de polvo de color. Nube que baja, sube y hace espirales: Parece aquello una cascada suave -la que antes ha visto sobre el río-.
Ladran más los perros y Zacarías -asustado o por instinto- corre agachado hacia el portal de una casa semiderruida. Se sienta, encoge el cuerpo y se acurruca junto a su costado, comprensivamente.
Las excusas mentales que se da para convencerse del fenómeno son de lo más variado: Que lo sucedido se entiende por efectos del vapor o presión del agua; que lo sucedido se debe a la gran cantidad de radiación que lleva esta agua -ya que rodea una central eléctrica instalada en una parte de la ribera-; o que lo sucedido se debe a visiones sufridas por el vino que ha bebido durante la cena de la noche anterior… Pero no, es ¡la hora de los prodigios!, sin duda. Su abuelo le había contado, tiempo atrás, cómo el amanecer es un entretiempo de ensoñaciones permanentes que produce visiones mágicas, si se recorre en soledad todos los días. Temblando abre los ojos, levanta la mirada y se asoma al zaguán de la casa que le refugia. Ahora puede ver con más claridad lo siguiente:

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En fogonazos, ha ocurrido lo mismo con un cartel de publicidad que campeaba sobre la explanada, prepotente: Cuanto le ha alcanzado un rayo de luz, se ha desquebrajado en pedazos de hojalata. Zacarías está tranquilo. (Sabe que es el único hombre de la tierra que tiene el privilegio de asistir al espectáculo de ese sol que alumbra las cosas y las hace desaparecer). ¡Oh!, es la hora de los prodigios. En toda la extensa explanada no quedan casas, ni avenidas, ni farolas: Nada de nada. Todo es una alfombra multicolor sobre una tierra llana: Aún alguna nube condensada en lo alto, deja caer sus últimas gotas policromadas -mientras es atravesada por el rayo de luz de un sol que comienza a arder, seguro de sí-.
Zacarías tiene los ojos enrojecidos por el delirio o el miedo, pero está sereno como buen pastor. Ningún obstáculo le impide ahora llevar a su ganado, recto y seguro, hasta la falda de la montaña. Todo ha sido acostumbrarse a la hora de los prodigios. Leyenda hoy, entorno a él -que no es nadie-, hecha realidad.

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Cerca de la cañada el sol gobierna del todo lo alto del cielo -como en un largo atardecer siberiano- y las nubes de polvo -que han ido, paulatinamente, deshaciéndose en el cielo azul- aún dejan caer sus últimas gotas de color. Como no hay muros, ni antenas, ni vallas, ni alambres telegráficos los pájaros vuelan alto o vuelan bajo; en un espacio despejado que les hace aún más libres -como a Zacarías- que camina, con sonrisa maliciosa o triunfante (libre también), hacia la falda de la umbrosa montaña.

FIN






El cuento del Néctar (viajes a Oriente)

Cuento del néctar

Es poeta y aventurera. Suele llevar tirantes sobre camisas ligeras, para sujetar así pantalones vaqueros ajustados. Tambien para sujetar faldas que provocan un suave cimbrear, que hacen vibrar los diseños redondos y triangulares que como calidoscopios van cosidos al color chillón de la tela: Si es que el viento se cuela por las calles de la villa donde vive todo el año, salvo cuando viaja…
En esos sus viajes al Tercer Mundo lleva en la maleta una libreta con tapas de colores, diseñadas por un librero de Jaipur (India). Del lomo de esa libreta cuelga una cuerdecita que se enrolla sobre las tapas, así resaltan mucho más.
Ahora vaga por el Nepal. Viaja en un autobús la ruta de Katmandú a Bhodykaya, en la región de Bihar (India). Es una región muy pobre, de las más pobres de la India; aunque rica espiritualmente porque allí, debajo del árbol de la Boda, Buda alcanzó la iluminación para el bien de todos los seres.
Veinticuatro horas en autobús es el precio de tal viaje, unas 807 millas: 1300 kilómetros. Pasa por cordilleras y campos de bajo relieve, recortados por muros. Son plantaciones al estilo del Vietnam donde campesinos con azadones miran la tierra que luego da su fruto. Son campos de color ocre donde el sol anaranjado pone su color desteñido...
(Y ahora imagina en esa libreta, junto a ese paisaje y sentada en ese autobús, poemas que son del recuerdo y del amor para su novio, que se ha quedado en España.)
Su hija pequeña, aventurera como su madre, vive en Sudáfrica. Su novio sudafricano (y que es blanco), tiene alquilada una choza en medio de la naturaleza del cuerno de aquel país. La casa está llena de goterones que caen desde el tejado al suelo y que apañan con parches y barreños.
Su otra hija vive en Ibiza. Trabaja en un “bistrot bavard” donde los clientes se acercan para observar sus cabellos rizados y sus ojos magnéticos y enigmáticos. (Dicen que Ibiza tiene muchas cosas que ver: Cielos azules y nubes blancas como algodonales, abiertos y flotantes sostenidos, noche tras noche, sobre trozos de mar turquesa y precipicios cortados por donde se despeña el tiempo y el espacio, y donde la espuma rompe y escupe a borbotones sobre roca dura, su ansiado esperma blanco.)
(Pero ahora ella, la madre, camino de Katmandú a Bodhikaya piensa en en sus hijas…)
-Qué lejos están de aquí -se dice-, mientras dibuja sus contornos en la libreta de tapas minuciosamente decoradas por un librero en Jaipur. Entonces el movimiento de su brazo -al que ha añadido una pulsera de plata- su mano y sus dedos recrean a lápiz aquellos contornos que difumina con el dedo, que dan sombra también al destello de un camino y de un lago donde las ha sentado a tomar el sol: (Parecido a un paisaje oriental con pagodas, junto a una caricia de agua...)
… Y el lago, el camino y las pagodas, todo, son un símbolo ahora para aquella mujer aventurera que en el trayecto de Katmandú a Bodhikaya, se distrae así.

*
Traspasado por un rayo de sol que penetra desde la ventana del autobús hasta los asientos de madera vieja, los contornos del papel se afianzan; y ella recuerda, vagamente, entre destellos de luz y cansancio, las paredes amarillentas y las cornisas de color blanco celeste de aquel viejo Madrid donde hace treinta años las amamantaba, como una tigresa.

viernes, 12 de febrero de 2010

El Sitar y la purificación

En Kerala me hice una cura de treinta y cinco días (panchakarma), y tuve la oportunidad de pedirle a Shiba una ofrenda acercando el oído a una piel de carnero. Me regaló un Sitar. Ganesha me enseñó a cogerlo y aprendí a pulsar sus cuerdas...
El olor de la India
El olor en la India no es solo un olor, si no una llamarada: Una llamarada al mundo de los dioses mágicos y de los hombres rurales: Centauros pobres de una Grecia antigua. El olor de la India es una llamada al sol y al aguacate, a la misericordia, al cielo y al Son... Hace poco, en Benarés, vi cómo un hombre se quitaba la túnica, se sumergía en el Ganges y chapuceando en el agua terminó por convertirse en pez! Al rato salió del río y en las escaleras de piedra fría se puso de nuevo la túnica y se marchó a su casa, como si nada: Impresionante, ¿a que sí? Pues eso pasa en India, sobre todo en el Norte...

El olor de la India

El olor de la India no es solamente un olor, si no también una llamada: Una llamada al mundo de los dioses mágicos y de los hombres: Antiguos centauros de Grecia. El olor de la India es una llamada al sol y al aguacate, al misterio y a al Son... Hace poco, en Benarés, vi cómo un ciudadano vestido con una túnica, se sumergía en el Ganges y chapuceaba en el agua, ¡convertido en pez! Al rato salió y en las escaleras de piedra fría -como si nada- se puso su túnica y se marchó a su casa: Impresionante, ¿no? Pues eso pasa en la India, sobre todo en el Norte, en los lugares más sagrados...