sábado, 13 de febrero de 2010

El cuento del Néctar (viajes a Oriente)

Cuento del néctar

Es poeta y aventurera. Suele llevar tirantes sobre camisas ligeras, para sujetar así pantalones vaqueros ajustados. Tambien para sujetar faldas que provocan un suave cimbrear, que hacen vibrar los diseños redondos y triangulares que como calidoscopios van cosidos al color chillón de la tela: Si es que el viento se cuela por las calles de la villa donde vive todo el año, salvo cuando viaja…
En esos sus viajes al Tercer Mundo lleva en la maleta una libreta con tapas de colores, diseñadas por un librero de Jaipur (India). Del lomo de esa libreta cuelga una cuerdecita que se enrolla sobre las tapas, así resaltan mucho más.
Ahora vaga por el Nepal. Viaja en un autobús la ruta de Katmandú a Bhodykaya, en la región de Bihar (India). Es una región muy pobre, de las más pobres de la India; aunque rica espiritualmente porque allí, debajo del árbol de la Boda, Buda alcanzó la iluminación para el bien de todos los seres.
Veinticuatro horas en autobús es el precio de tal viaje, unas 807 millas: 1300 kilómetros. Pasa por cordilleras y campos de bajo relieve, recortados por muros. Son plantaciones al estilo del Vietnam donde campesinos con azadones miran la tierra que luego da su fruto. Son campos de color ocre donde el sol anaranjado pone su color desteñido...
(Y ahora imagina en esa libreta, junto a ese paisaje y sentada en ese autobús, poemas que son del recuerdo y del amor para su novio, que se ha quedado en España.)
Su hija pequeña, aventurera como su madre, vive en Sudáfrica. Su novio sudafricano (y que es blanco), tiene alquilada una choza en medio de la naturaleza del cuerno de aquel país. La casa está llena de goterones que caen desde el tejado al suelo y que apañan con parches y barreños.
Su otra hija vive en Ibiza. Trabaja en un “bistrot bavard” donde los clientes se acercan para observar sus cabellos rizados y sus ojos magnéticos y enigmáticos. (Dicen que Ibiza tiene muchas cosas que ver: Cielos azules y nubes blancas como algodonales, abiertos y flotantes sostenidos, noche tras noche, sobre trozos de mar turquesa y precipicios cortados por donde se despeña el tiempo y el espacio, y donde la espuma rompe y escupe a borbotones sobre roca dura, su ansiado esperma blanco.)
(Pero ahora ella, la madre, camino de Katmandú a Bodhikaya piensa en en sus hijas…)
-Qué lejos están de aquí -se dice-, mientras dibuja sus contornos en la libreta de tapas minuciosamente decoradas por un librero en Jaipur. Entonces el movimiento de su brazo -al que ha añadido una pulsera de plata- su mano y sus dedos recrean a lápiz aquellos contornos que difumina con el dedo, que dan sombra también al destello de un camino y de un lago donde las ha sentado a tomar el sol: (Parecido a un paisaje oriental con pagodas, junto a una caricia de agua...)
… Y el lago, el camino y las pagodas, todo, son un símbolo ahora para aquella mujer aventurera que en el trayecto de Katmandú a Bodhikaya, se distrae así.

*
Traspasado por un rayo de sol que penetra desde la ventana del autobús hasta los asientos de madera vieja, los contornos del papel se afianzan; y ella recuerda, vagamente, entre destellos de luz y cansancio, las paredes amarillentas y las cornisas de color blanco celeste de aquel viejo Madrid donde hace treinta años las amamantaba, como una tigresa.

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